miércoles, 17 de junio de 2020

El huevo blando más grande del mundo ¡Era de mosasaurio!

Los huevos con cáscara son el rasgo reproductivo más característico de un grupo de vertebrados denominado: Amniota. Sin embargo, estos vertebrados suelen tener dos formas de huevo típica. Por un lado, los arquelosaurios (tortugas, cocodrilos y dinosaurios) suelen presentar huevos con cáscaras gruesas y que no suelen deformarse. Aunque claro, hay formas que se salen de esta generalidad, pero de ellas hablaremos otro día. En cambio, los lepidosauromorfos, como tuátaras, lagartijas y serpientes, presentan huevos con cáscaras suaves.


Filogenia de los reptiles (Sauropsida), con los tipos clásicos de huevos que éstos presentan. Ilustraciones de Kawasaki Satoshi.

El huevo del que hablaremos en este post es más parecido al segundo tipo. Fue descubierto en enero de 2011 en la Isla Seymour, ubicada en la Antártida.  Este elemento fósil no fue identificado de inmediato como un huevo, sino que tardó en ser reconocido. Y no es para menos, pues su morfología no es la típica esperada de un huevo y menos su geología, pues fue descubierto en sedimentos marinos que datan del Cretácico tardío, de hace aproximadamente 68 millones de años.

El huevo en cuestión. Tomado de Legendre et al. (2020).

Modelo tridimensional del huevo. Tomado de Legendre et al. (2020).

En un momento de serendipia digno de toda gran historia, el equipo de investigadores notó que podría tratarse de un huevo aplastado. Pero no un huevo como el de una gallina, sino más bien del tipo blando, como el de los lepidosaurios que mencioné más arriba. Y es que, en realidad, no se parecía a nada más. 

Un bebé de Heloderma eclosionando y mostrándonos cómo es que los huevos de los lepidosaurios son blanditos y no cascarudos. Fotografía de Columbus Zoo and Aquarium.

Pero la paleontología no va por ahí con "me parece", sino que se hicieron pruebas. Y de éstas, la más importante tenía que ver con encontrar una cáscara. Pues, de no existir esta, podría tratarse de una concreción rara y nada más. Afortunadamente, el fósil demostró ser un huevo, pues poseía aún gran parte de la cáscara coriácea. Pero desgraciadamente, el huevo estaba vacío y no contenía cría alguna en su interior, lo que sugiere que una vez que la cría salió del huevo, este se fosilizó.

Sección del huevo antártico, con cáscara preservada. rm: matriz de roca, cl: capa calcárea, mt: membrana testácea. Tomado de Legendre et al. (2020).

Entonces la cosa estaba clara: era un huevo de cáscara blanda. Pero ¿de qué criatura? Tenemos varios candidatos posibles. Dinosaurios, tortugas marinas, serpientes y mosasaurios. Por el lado de los dinosaurios, recientemente se describió que algunas especies presentaban cáscaras blandas y aunque los iluminados de facebook andan diciendo que los autores de este trabajo no consideraron esta posibilidad, en realidad si lo hicieron (de ahí la importancia de leer antes de opinar). En la discusión de la naturaleza del huevo, se discute la anatomía de estos huevos blandos de dinosaurios y se muestra que éstos no poseían una capa calcárea (como la que se aprecia en la figura anterior, marcada como "cl"). Y como las tortugas tampoco poseen dicha capa, se puede descartar que pertenezcan a estos organismos.

Una tortuga marina mostrando su cáscara blanda, pero tras análisis más cercanos veremos que evolucionó por cuenta propia de la de las lagartijas y que además, es distinta en su composición.

Por otro lado tenemos a los candidatos dentro del grupo Squamata, lagartijas y serpientes. Estructuralmente, el huevo antártico no es distinto de estos grupos, así que podría pertenecer a cualquiera. La cosa es su tamaño, pues es el huevo blando más grande registrado hasta la fecha, con un diámetro mayor a los 31 cm. Esta talla además lo hace más grande que los huevos más grandes conocidos de dinosaurios no avianos, siendo superado únicamente por los gigantescos huevos del extinto pájaro elefante de Madagascar (Aepyornis maximus), con diámetros de hasta 35 cm.

Comparativa de tamaños entre distintos huevos. Ah si, no lo mencioné pero el huevo antártico lleva por nombre Antarcticoolithus bradyi. Imagen generada por Palaeos.

Con tremendo huevo, la cría en su interior debió ser gigantesca, pero más su progenitor. En el artículo científico se le estima una longitud de entre 9 y 10 metros, con lo que muy pocos organismos entrarían en dicho rango. Dentro de los reptiles marinos del Cretácico justamente hay dos tipos de Squamata con estas tallas, por un lado las serpientes de la familia Palaeophiidae y por el otro, los Mosasaurios. Y en la Formación López de Bertodano, sólo se cuenta con mosasaurios. Por ende, es lógico pensar que estos reptiles son los candidatos ideales para ser los productores de Antarcticoolithus bradyi. Pero hay que estar alerta, pues aunque es altamente probable, también es posible que se trate de un huevo de paleofídida.

Reconstrucción artística de Antarcticoolithus bradyi como un huevo de mosasaurio. Arte de Mauricio Álvarez.

Pero ¿Cómo es que se tiene un huevo fósil de reptil marino? ¿ponían los huevos bajo el agua? La respuesta es no, definitivamente no. Las crías dentro de los huevos necesitan respirar, es decir, llevar a cabo el intercambio gaseoso (respirar no es inhalar y exhalar). Y un huevo de este tipo, bajo el agua mataría a la cría. ¿Entonces? La respuesta es que el progenitor del huevo era un ovovivíparo. Es decir, animales que generan huevos, pero no los expulsan, sino que los retienen en su interior, hasta cercano el momento de eclosionar. Con esto, las crías no se ahogan y se incrementa la calidad del cuidado parental, garantizando un mejor éxito reproductivo.

Modelo tafonómico de Antarcticoolithus bradyi. Tenemos a un progenitor ovovivíparo que da a luz a un huevo a punto de eclosionar, la cría rompe el huevo y sale nadando a la superficie para tomar aire. La cáscara vacía se hunde y llena de sedimento, fosilizándose. Arte de: Francisco Hueichaleo.

Y ¿Qué evidencia hay de que este huevo proceda de un animal ovovivíparo? Pues el grosor de la cáscara. Pues en los animales ovovivíparos (a veces se usa sólo el término vivíparo), ésta es más delgada que en aquellos que sí ponen huevos. Y precisamente, Antarcticoolithus presenta un grosor de cáscara consistente con un ovovivíparo.

Relación del grosor de la cáscara con el tipo de estrategia reproductiva. Ovíparos en azul, vivíparos en naranja. El tamaño de la cáscara de Antarcticoolithus bradyi es consistente con un vivíparo. Su aparente grosor es dado por razones biomecánicas. Tomado de Legendre et al. (2020).

¿Pero no se supone que los mosasaurios eran vivíparos? Considerando que vivíparo es lo mismo que ovovivíparo. Pues esta evidencia no se contrapondría con la que anteriormente sugería que precisamente, estos reptiles no volvían a tierra a poner sus huevos y que en su lugar, darían a luz. Por el contrario, este trabajo refuerza esa idea y la complementa, exponiendo que las cáscaras eran parte importante del proceso y que estos reptiles no nacían como delfines, sino como lo que eran, lagartijas.

En un trabajo previo, publicado en 2015, se mostraban crías pequeñitas de mosasaurio que se fosilizaron mar adentro, sugiriendo que estos reptiles no ponían huevos en la costa, sino que los llevaban en su interior y daban a luz. Hoy, este modelo, cobra fuerza. Arte de Julius Csotonyi.

Sin duda, este es un trabajo que tardó años en cocinarse pero que deja un muy buen sabor de boca a los paleofrikis, pues nos ayuda a entender mejor cómo se reproducían estos carismáticos reptiles de la era de los dinosaurios.

Fuente:
Legendre, L.J., Rubilar-Rogers, D., Musser, G.M. et al. A giant soft-shelled egg from the Late Cretaceous of Antarctica. Nature (2020). https://doi.org/10.1038/s41586-020-2377-7

martes, 16 de junio de 2020

¿Qué comía este anquilosaurio?

Borealopelta markmitchelli es un dinosaurio del grupo de los anquilosaurios (Ankylosauria) que perteneceía a la familia Nodosauridae, caracterizada por la ausencia de la maza caudal que poseían otros anquilosaurios y por tener grandes espinas a los costados, particularmente aquellas cercanas a los hombros. Este dinosaurio tomó a los medios por sorpresa cuando fue descrito en 2017, aunque ya antes había sorprendido a los paleofrikis cuando vimos las primeras fotos. Y es que, se trata del anquilosaurio más completo conocido.

Borealopelta, foto del fósil visto desde arriba (en la parte superior); esquema del fósil (en el medio) y reconstrucción del tamaño aproximado del ejemplar. Tomado de su descripción original (de acceso libre).

Y no es poca cosa, pues no es un animalito de dos o tres metros, sino un coloso de aproximadamente 5 metros y medio. Además de tener el arreglo de osteodermos intacto, piel preservada e incluso ¡melanosomas que revelaron su color! Borealopelta presenta en la cavidad abdominal, su última cena.

Borealopelta con su coloración inferida por el estudio de melanosomas. Obra de Julius Csotonyi.

Tras llevar a cabo 14 pruebas diferentes para comprobar que no se tratara de una masa fósil no relacionada al dinosaurio, los autores del estudio, publicado en la revista "Royal Society Open Science" (Ciencia abierta de la Sociedad Real -de Londres-), concluyeron que efectivamente, la masa era un cololito.

El nuevo estudio lleva por título (traducido): "Paleoecología dietaria de un dinosaurio acorazado (Ornithischia; Nodosauridae) del Cretácico Temprano, basada en el análisis floral de sus contenidos estomacales".

Pero ¿Qué es un cololito? Probablemente has escuchado de otros "litos" como los coprolitos y los gastrolitos ¿no? Pues un cololito es materia no digerida que se encuentra dentro del tracto digestivo de un animal fósil. Y precisamente, eso es lo que presenta Borealopelta, restos sin digerir de su comida. Tras estudiarlos, los paleontólogos concluyeron que el animal consumió una gran cantidad de helechos, pero también encontraron restos de cícadas y algunos más de coníferas. Y aunque hay porcentajes en el artículo, estos indican lo encontrado en el cololito y no realmente el porcentaje fiel de lo que comía el animal, así que hay que manejar con cuidado esas cifras.

Restos de plantas en el cololito de Borealopelta. a) licopodio con restos de posible selaginela, b-d) helechos, e) planta quemada, f-l) más helechos y m) un tronco pequeño. Tomado de Brown et al. (2020).

Y una de las cosas más interesantes del cololito es la presencia de carbón que el animal consumió. Eso desde luego, no significa que este anquilosaurio se alimentara de carbón a propósito, sino que lo consumió en un ambiente de sucesión ecológica donde ocurrió un incendio forestal. Es decir, este amigo oportunista fue a zamparse los helechos que recién estaban creciendo tras el incendio.

Borealopelta alimentándose de helechos como el estudio sugiere. Obra de Julius Csotonyi.

Este es el primer estudio de la dieta de un dinosaurio con esta cantidad de detalle. Y no es para menos, pues econtrar cololitos es un lío y más el poderlos estudiar y que revelen lo que realmente consumió el organismo. Es por eso que este estudio tiene una gran importancia para conocer más sobre la forma de vida de algunos dinosaurios.


Fuente: (de acceso libre)

Brown, C. M., Greenwood, D. R., Kalyniuk, J. E., Braman, D. R., Henderson, D. M., Greenwood, C. L., & Basinger, J. F. Dietary palaeoecology of an Early Cretaceous armoured dinosaur (Ornithischia; Nodosauridae) based on floral analysis of stomach contents. Royal Society Open Science, 7(6), 200305. https://doi.org/10.1098/rsos.200305

viernes, 12 de junio de 2020

¿Cocodrilos bípedos durante el Cretácico de Corea?

La icnología es la ciencia que se encarga del estudio de los rastros dejados por los organismos en tiempos pretéritos y que se han conservado como fósiles. Para nombrar a estas evidencias, se hace uso de la taxonomía linneana, creada para nombrar especies. Así, esta a veces es llamada "parataxonomía" o "pseudotaxonomía", pues no se están nombrando especies biológicas, sino rastros con morfologías compartidas, por lo que en icnología se cuenta con "icnoespecies". Estas no pueden -ni deben- ser asignadas a taxones compuestos por especies corpóreas, salvo por el raro caso de encontrar al hacedor de la marca a un lado de la misma. Cualquiera que te diga que sí se puede, está no sólo mintiéndote, sino además está tomando una postura de charlatanería y pseudociencia.

El cangrejo cacerola Mesolimulus, con un rastro detrás es un caso excepcional donde podemos asignar las huellas con su hacedor. Fotografía (CC) Ghedoghedo.

Lo que sí que pueden hacer los científicos que estudian esto, los icnólogos, es decir qué grupo de organismos fue el probable hacedor de la marca. Por ejemplo, las huellas se pueden asignar a familias conocidas o incluso a géneros, pero resultará casi imposible asignarlas a una especie. Aún en los casos donde sólo se conoce una especie corpórea en la formación geológica, no se puede atribuir a dicha especie la autoría -digamos- de una huella, pues como la historia de la paleontología nos ha demostrado, a veces, se descubren nuevos taxones similares que estaban ahí, escondidos en las rocas o en un gabinete de museo. Por eso es que esto de asociar icnotaxones a taxones es tan problemático. Pero eso no le quita el sueño a los icnólogos, pues ellos tienen todo un sistema para compara y clasificar este tipo de evidencia.

Kimberella quadrata, un organismo ediacarano que producía marcas de alimentación en los tapetes microbianos. Antes del descubrimiento de su fósil corpóreo al lado de las marcas, se pensaba que dichas marchas habían sido hechas por agentes abióticos o por gusanos desconocidos. Fotografía de Fedonkin (2009) The origin of the Metazoa in the light of the Proterozic fossil record.

¿Y a qué va todo esto? Pues para entender mejor la nota. Pues recientemente se publicó un estudio de icnología con unas huellas muy intrigantes que han puesto a girar la cabeza de lado a lado a todo el que lee el artículo. Pues, investigadores de Corea del Sur, Estados Unidos y Australia, presentaron un artículo donde describen lo que parecen ser las huellas de pseudosuquios (parientes extintos de los cocodrilos) que iban caminando ¡en dos patas!

El artículo lleva por título "Evidencia de rastros de grandes crocodilomorfos bípedos del Cretácico de Corea".

Los pseudosuquios bípedos son más o menos raros, pero existieron grupos con la propensión a este tipo de locomoción, como los poposauroideos, que vivieron durante el Triásico y se extinguieron poco antes de empezar el Jurásico.

Poposaurus gracilis, un pseudosuqio bípedo. Arte de Dr. Jeff Martz/NPS.

También existe otro grupo que era bípedo, pero cuyas capacidades bípedas fueron descritas relativamente hace poco, por lo que algunos están sorprendidos de que especies como el popular Postosuchus kirkpatricki fueran bípedos.

Investigación reciente coloca a esta especie y a algunos de sus parientes como bípedos. Arte de Dr. Jeff Martz/NPS.

Las huellas en cuestión fueron descubiertas en la Formación Jinju, que data del Cretácico temprano, probablemente del Aptiano, por lo que su edad rondaría entre 125 y 113 millones de años. Dichas huellas miden entre 18 y 24 centímetros de largo, por lo que se estima que sus hacedores medirían aproximadamente 3 metros de largo. Éstas constan de impresiones de pies con cuatro dedos dirigidos todos hacia el frente y con talones muy marcados.

Las huellas en cuestión. Tomado de Kim et al. (2020).

Estos rastros fueron asignados a un icnogénero previamente conocido: Batrachopus ("patas de rana"), que era conocido del tiempo en el que los pseudosuquios bípedos eran relativamente comunes: el Triásico y Jurásico. ¡Pero estas huellas datan del Cretácico! Además de eso, las huellas muestran una morfología lo suficientemente distintiva de las otras asignadas a Batrachopus, que recibieron su propio nombre de icnoespecie: B. grandis. Esta icnoespecie muestra además huellas con impresiones de piel y las marcas claras de los tubéculos plantares y digitales del pie del hacedor.

Detalle de varias huellas de B. grandis, note la impresión de piel del panel B.  Tomado de Kim et al. (2020).

Gracias a su estudio, otras huellas más jóvenes, del Albiano, procedentes de la Formación Haman, previamente referidas a pterosaurios, son consideradas ahora, como pertenecientes a este icnotaxón. Pero más importante, los autores discuten plenamente que las huellas de las manos pudieran haberse erosionado o que se hubieran registrado en otro estrato superior ahora perdido. Sin embargo, nada apunta a este escenario, sino al menos verosímil: que eran realmente animales desplazándose en forma bípeda.

Reconstrucción artística de los presuntos hacedores de las huellas. Arte de Antoni Romilio y la Universidad de Queensland.

De ser cierto, esto pondría a sus hacedores como pseudosuqios fantasma, de linajes comunes durante el Mesozoico temprano, pero presuntamente ya extintos para cuando se hicieron las huellas. ¿Será que estemos frente a supervivientes discretos de la extinción Triásico-Jurásica? O también ¿podrá ser que se trate de crocodilomorfos (pseudosuqios más avanzados) desconocidos y que esperaríamos encontrar en años venideros en las rocas? Sólo el tiempo y más investigación lo dirá.



Fuente (de libre acceso):

Kim, K.S., Lockley, M.G., Lim, J.D. et al. (2020). Trackway evidence for large bipedal crocodylomorphs from the Cretaceous of Korea. Sci Rep 10, 8680 https://doi.org/10.1038/s41598-020-66008-7

jueves, 11 de junio de 2020

La caja cerebral de Irritator

Irritator challengeri es una especie de dinosaurio espinosáurido que vivió durante el Cretácico temprano, específicamente durante el Albiano, hace unos 110 millones de años. Este dinosaurio se salvó de la ola de sinonimias que puso a otros espinosáuridos sudamericanos como sinónimos de Spinosaurus aegyptiacus, como Oxalaia Sigilmassasaurus. O sea que, Irritator sí es válido. Si es o no distinto de Angaturama limai, está por verse.

Si quieres saber más sobre esto de que Spinosaurus vivió en América, te dejo enlace a nuestro video de youtube donde lo explicamos mejor.

En fin, la cosa es que recién se publicó un estudio en la revista Scientific Reports, una filial de Nature; donde estudiaron la caja cerebral de Irritator y se llevó a cabo un estudio de su neuroanatomía. El estudio fue realizado por investigadores de Alemania y Suiza. Y ¿Cómo se estudia la neuroanatomía de un cráneo que no puedes cortar? 🤔 Ah, pues se emplean tomografías computarizadas para generar un modelo tridimensional digital y poder estudiar dicho modelo. Esta técnica no es invasiva y permite estudiar detalles finos que no son posibles de ver a simple vista.

El paper lleva por título (traducido) La neuroanatomía del espinosáurido Irritator challengeri (Dinosauria: Theropoda) indica adaptaciones potenciales para la piscivoría.

El estudio reveló que Irritator era un animal de instinto, pues su tallo cerebral y su mesencéfalo no estaban muy separados uno del otro. Y es que, el tallo cerebral se encarga de coordinar las acciones relacionadas al instinto y la parte del mesencéfalo, le aporta la información del medio, incluyendo la visión, audición, el control del sueño y el estado de alerta. Además, se encontró un bulbo olfatorio bastante grande, pero no tanto como el del famoso T. rex.

Modelo 3D del encéfalo de Irritator. En azul el cerebro. En rosa el laberinto óseo. Y en amarillo: los nervios craneales, el terror de la memoria de un estudiante de medicina. Tomado de Schade et al. (2020).

Pero lo realmente interesante fue descubierto en la zona del oído y en particular, la del oído interno (el oído medio y el externo no se suelen preservar, al no ser óseos). Esta zona fue la del laberinto, una región en forma de "arcos" (los canales semicirculares) que se unen en una especie de tallo, denominado vestíbulo y que posee una especie de espira lateral llamada apropiadamente: caracol. Este órgano es también conocido como el aparato del equilibrio, pues es encargado en gran parte de enviar información al cerebro sobre la posición de la cabeza con respecto a la del suelo.

Esquema de la anatomía del oído interno humano. Figura de (CC) CNX OpenStax.

Pero además, este órgano y sobre todo, la orientación de los canales semicirculares se ha empleado en la reconstrucción científica de la postura natural de la cabeza de los dinosaurios y otros organismos (aunque claro, no es el único factor que determina esto). Y su estudio en Irritator nos dice que la postura natural de la cabeza de este dinosaurio era inclinada, con el hocico a unos 45° con respecto a la horizontal. Algo que nosotros habíamos predicho sugerido en nuestro video de Spinosaurus. Esta adaptación, más el hecho de que Irritator poseía un receso flocular (que es una zona que atraviesa los canales semicirculares y da conexión al oído interno con el cerebro) de tamaño considerable, sugieren que era capaz de recibir coordinar movimientos rápidos de la cabeza. Y los autores del estudio sugieren que estos y su oído medio le permitirían pescar dando rápidos movimientos de cabeza hacia abajo. Lo que lo coloca como un depredador de emboscada.

Anatomía del oído interno de Irritator challengeri. En azul, el receso flocular. Tomado de Schade et al. (2020).

Este es el primer estudio en forma sobre la neuroanatomía de un dinosaurio pescador y nos da pistas sobre cómo vivían estas criaturas. Esperemos que existan más trabajos de este tipo porque son sin duda, fascinantes.

Fuente (de libre acceso):

Schade, M., Rauhut, O.W.M. & Evers, S.W. Neuroanatomy of the spinosaurid Irritator challengeri (Dinosauria: Theropoda) indicates potential adaptations for piscivory. Sci Rep 10, 9259 (2020). https://doi.org/10.1038/s41598-020-66261-w


miércoles, 10 de junio de 2020

El primer mamífero del Mesozoico de Chile

Los mamíferos del Mesozoico son más diversos de lo que la gente les da crédito. En el imaginario colectivo el Mesozoico sólo estuvo poblado por mamíferos de talla ratón que se escondían cobardemente en las sombras, temerosos todo el tiempo de los dinosaurios. Pero esa visión ha ido cambiando con los nuevos descubrimientos y con la comunicación de la ciencia, pues ahora sabemos de la existencia de mamíferos que antes, sólo se quedaban en los artículos científicos. Entre estos mamíferos encontramos símiles de nutrias, animales planeadores, vegetarianos talla wombat y feroces depredadores que se zampaban crías de dinosaurio si podían.

Repenomamus, un depredador del Cretácico. Arte de Mark Hallett.

Y precisamente, hace unos días se dio a conocer una nueva especie de mamífero del Mesozoico, pero su peculiaridad es que procede de Chile, un país que hasta ahora no había tenido la fortuna de toparse con los sedimentos portadores de fósiles de estas peludas criaturas. El estudio nuevo estuvo a cargo de un equipo diverso con investigadores de la Red Paleontológica U-Chile, del  Instituto Antártico Chileno y el Museo Nacional de Historia Natural de Chile. Además de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara de Argentina y del CONICET. Así como de la  Universidade do Vale do Rio dos Sinos, de Brasil.

Título y autores del trabajo de investigación.

La nueva especie lleva por nombre: Magallanodon baikashkenke. Su nombre de género es en referencia a la Región de Magallanes, al Sur de Chile, más el sufijo -odon, para diente: "diente de Magallanes". Y su epíteto específico está dado en lengua tehuelche, o aonekko y hace referencia a los términos bai, abuelo y kashkenke, valle. Por lo que su nombre científico se traduce como "Diente de Magallanes, procedente del Valle del Abuelo". Y este nombre le fue dado porque la región donde se descubrió, en el valle del Río de Las Chinas se conoce precisamente como el valle del abuelo.

Ubicación (A), geología (B) y posición estratigráfica (C) de M. baikashkenke (a 30 metros de la base de la columna). Tomado de Goin et al. (2020).

Su material holotípico (el que representa a toda la especie) consta de un molariforme 1 inferior izquierdo. Y su hipodigma (el resto del material fósil) consta además de: un incisivo derecho y dientes molariformes. Y para los que estudiamos mamíferos, nos queda claro que un diente, si porta características diagnósticas (como es este caso), claro que sí que puede recibir un nombre de especie. Y es que, los dientes de mamífero son mucho más complejos que los dientes de la mayoría de los otros vertebrados y mucha de la taxonomía de este grupo se basa, precisamente en dientes.

Holotipo de M. baishkenke. A) micrografía de microscopio electrónico de barrido. B-G) fotografías con luz natural, en vistas B) oclusal, C) radicular, D) labial, E) lingual, F) mesial y G) distal. Tomado de Goin et al. (2020).

Magallanodon baikashkenke fue descubierto en sedimentos de la Formación Dorotea, en su porción inferior para ser precisos. Misma que data del límite del Campaniano con el Maastrichtiano, los dos últimos pisos del Cretácico y consecuentemente, del Mesozoico.

Incisivo de M. baishkenke. Tomado de Goin et al. (2020).

El grupo de mamíferos al que pertenecía M. baikashkenke es conocido como: Gondwanatheria. Este grupo, identificado por primera vez por el paleontólogo Álvaro Jaime Mones Sibillotte es de afinidades inciertas. Aunque se ha propuesto que pudiera estar relacionado a los multitiberculados, formando un grupo con el grupo de los cimolodontos, aunque esto, no es seguro.

Vintana sertichi, un gondwanaterio de la familia Sudamericidae, no tan cercanamente emparentado a B. baikashkenke. Arte de Emily M. Eng.

Este nuevo fósil aporta nueva evidencia de este grupo de mamíferos en el Cretácico final de lo que hoy es Chile además de ser el registro más sureño del grupo. Esperamos que nuevas investigaciones puedan descubrir más de esta diversidad de mamíferos de la era de los dinosaurios y que amplíen nuestro conocimiento del grupo no sólo en el país, sino en toda la región.

Fuente:

Goin, F.J., Martinelli, A.G., Soto-Acuña, S., Vieytes, E.C., Manríquez, L.M.E., Fernández, R.A., Pino, J.P., Trevisan, C., Kaliza, J., Reguero, M.A., Leppe, M., Ortiz, H., Rubilar-Rogers, D., Vargas, A.O. (2020).  First Mesozoic mammal from Chile: the southernmost record of a late Cretaceous Gondwanatherian. Boletín del Museo Nacional de Historia Natural, Chile, 69 (1): 5-31.

Artículo disponible en: https://bit.ly/2AX0HGF


martes, 9 de junio de 2020

Evolución del tamaño cerebral en Aves (y dinosaurios no avianos)

Los humanos estamos obsesionados con los cerebros y es quizá porque nosotros tenemos uno grandote y lo queremos andar presumiendo... En fin, la cosa es que se han hecho muchas comparaciones a lo largo del tiempo entre la evolución del cerebro humano y el de las aves, aludiendo un caso de paralelismo entre la encefalización aviar y la homínida. Y algunos descarrilados han incluso sugerido que los dinosaurios eran más inteligentes, quizá motivados por afirmaciones soltadas en películas sobre la gran inteligencia de los "raptores". Lo bueno, es que existe la ciencia y que gracias a ella, podemos poner a prueba estas afirmaciones.

"Ellie, (los raptores) eran más listos que los delfines o las ballenas, eran más listos que los primates". Escena curseada de JP3.

Y precisamente, eso fue lo que acaba de ocurrir en un paper recién publicado sobre la evolución del tamaño del cerebro de las aves, contando desde antes, desde los dinosaurios no avianos, como los "raptores" de las pelis. Pero en el estudio no sólo fueron a ver uno o dos cerebritos, sino que además de analizar más de 2,000 cerebros de aves modernas, se aventaron la gloriosa idea de comparar el tamaño de dicho cerebro con el tamaño corporal, en un esquema evolutivo.

El nuevo artículo de investigación "Tiempo y patrones de la evolución del tamaño cerebral en aves".

Gracias a este estudio, se obtuvo una nueva métrica de comparación de cerebros, que depende del tamaño corporal (masa) de los organismos comparados. Porque puedes tener un cerebro de 1,800 centímetro cúbicos, que sobrepasa con creces a nuestros humanos 1,300 cc... Pero el dueño de esos 1,800 es un cachalote, por lo que no representa realmente una medida contrastada de dicho cerebro, pues se debe considerar el ponderarlo por la masa del animal.

Ese modelo de cerebro gigantesco pertenece a un cachalote, mientras que el alfeñique del fondo, representa un cerebro humano.

Entre los resultados principales del estudio destaca que los paravianos no avianos (como Tsaagan mangas, antes reconocido como Velociraptor) y las primeras aves (avialanos como Archaeopteryx lithographica) poseían tamaños de cerebro similares, a pesar de sus diferencias de tamaño. También destaca que los dinosaurios no avianos más con mayor tamaño de cerebro eran los trodóntidos, como Zanabazar junior (antes Saurornithoides junior). Pero antes de que comiencen a pensar en dinosauroides humanoides reptilianos, cabe destacar que este gran cerebro también lo poseían (y considerando ya la escala) Tyrannosaurus rex y Alioramus remotus, ambos, tiranosáuridos. 

Reconstrucción de Tsaagan mangas, obra de Ville Sinkkonen.

Otra cosa interesante que muestra el estudio es que las aves se hicieron más listas (sus cerebros  aumentaron de talla) después de la extinción K/Pg y que además, sólo dos grupos de aves muestran incremento considerable de tamaño cerebral: los Psittaciformes (pericos y parientes) y los cuervos (familia Corvidae). Sin embargo, estos Einsteins del mundo de las aves lograron esta proeza de forma opuesta. Los loros y parientes lo lograron reduciendo su tamaño corporal, pero manteniendo su volumen cerebral, mientras que los cuervos lo lograron volviéndose gigantes pero además, incrementando su masa cerebral.

Resumen gráfico del estudio. A) Cladograma con las especies analizadas. B) Tamaño relativo del cerebro en dichas especies (más a la derecha, es más cerebrón).  C) Modelos tridimensionales con los cerebros. Tomado de Ksepka et al. (2020).

Este estudio es el primero de su tipo, tanto por la inclusión de una muestra amplísima, como por la nueva aproximación que da mucha más luz al proceso evolutivo del tamaño del cerebro de los vertebrados. Esperemos que próximamente, el equipo esté planeando algo similar pero con mamíferos extintos, ya que sin duda, estos estudios son realmente importantes para entender mejor procesos relacionados con el tamaño del cerebro, como la complejidad de la conducta.

Gráfico donde se muestra el incremento del tamaño cerebral, ilustrado (deflagrado) con memes. Tomado de Ksepka et al. (2020).


Fuente (artículo de libre acceso):

Kpsepka, D.T., Balanoff, A.M., Smith N.A., Zanno, L.E., et al. (2020). Tempo and Pattern of Avian Brain Size Evolution. Current Biology. 30(11): P2026-2036.E3. DOI: https://doi.org/10.1016/j.cub.2020.03.060

lunes, 8 de junio de 2020

El oso ursino más antiguo (y ¿vegetariano?)

En un post de hace ya ¡siete años! Hablé de las especies de osos que existen en la actualidad. Estas especies se han mantenido y no se han descrito nuevas, así como tampoco se ha extinto alguna (afortunadamente).

Post viejito, pero con información vigente. Haz clic aquí si quieres echarle un ojo.

Estas especies se agrupan tradicionalmente en tres subfamilias: Ailuropodinae, que sólo contiene únicamente al oso Panda gigante: Ailuropoda melanoleuca. Tremarctinae, que contiene a los actuales osos de anteojos de Sudamérica: Tremarctos ornatus. Y a la Ursinae, que contiene al resto de osos, generalmente cobijados bajo el mismo género: Ursus. Esta última es la que se considera más exitosa, pues fue más diversa en el pasado y aún hoy, lo sigue siendo.

Ursus arctos, el oso pardo. La especie de oso más exitosa del planeta.

La cosa es que recién se publicó un artículo donde describen una nueva especie de ursino. El estudio estuvo a cargo de investigadores del Instituto de Paleontología de Vertebrados y Paleoantropología de la Academia China de Ciencias y del Museo Americano de Historia Natural. Y el artículo fue publicado en la revista científica iScience (Inclusive Science: Ciencia inclusiva), de la editorial Cell.


En dicho artículo se describe una especie nueva: Aurorarctos tirawa. Nombre que significa "oso de la aurora del dios Tirawa". Esta figura es una deidad importante para los Pawnee, pueblo indígena de las grandes planicies de Estados Unidos de América. A. tirawa fue descubierto en la cantera Stewart, ubicada en el norte de Nebraska. Su edad corresponde al Mioceno medio y a la edad biogrocronológica de mamíferos terrestres de América del Norte conocida como Barstoviano, que tiene una edad aproximada de entre 15 y 12.5 millones de años.

El Mioceno en las grandes planicies de EUA. Arte de Jay Matternes.

El holotipo, es decir, el material fósil que representa a la especie consta de una mandíbula con algunos dientes preservados (del premolar cuarto al molar segundo). Pero además, se conocen otros restos, como los molares superiores correspondientes con los del holotipo y una parte distal de húmero.

Material fósil de A. tirawa. A) Húmero. B) Mandíbula holotipo. C-E) Premolar y molares superiores. Tomado de Jiangzuo y Flynn (2020).

Y bueno, la cosa es que tras llevar a cabo un análisis filogenético, los autores recuperaron a Auroractos tirawa como un miembro basal de la subfamilia Ursinae. Pero no sólo es basal, es también el miembro más antiguo conocido del grupo, precediendo a otros por al menos 3 millones de años. Pero eso no es todo, en el análisis filogenético, los autores reemplazan a la subfamilia Tremarctinae con la tribu Arctotheriini, algo que desgraciadamente, no se discute en el artículo y que probablemente sea discutido por otros investigadores más adelante.

Análisis filogenético calibrado con el tiempo geológico. Tomado de Jiangzuo y Flynn (2020).

Pero el estudio no sólo es importante por eso, sino que además tras analizar la dentición de A. tirawa, los autores descubrieron que esta especie, como la mayoría de su grupo, era omnívora, pero notaron además una fuerte propensión al consumo de plantas. Lo que hace que al menos en la base del grupo, la tendencia dietaria fuera esa, el consumo de vegetación. Esta nueva especie y su húmero, muestran además que su ecoespacio preferido era el arborícola, lo que sugiere que el modelo previo, de ursinos surgiendo de un ancestro terrestre es erróneo y explica además, el por qué casi todos los osos ursinos en sus formas juveniles y adultas medianas, son capaces de trepar árboles.

Reconstrucción artística de Aurorarctos tirawa. Tomado de Jiangzuo y Flynn (2020).

Este nuevo descubrimiento le da por ende, un rostro completamente distinto al ancestro de los osos avanzados modernos y nos da pistas para saber que la clave de su éxito está precisamente, en el consumo de plantas. Al final, este oso demuestra que a veces, sí se podía vivir de ensalada.

Fuente (de libre acceso):

Jiangzuo, Q. & Flynn, J. J. (2020). The earliest ursine bear demonstrates the origin of plant-dominated omnivory in Carnivora. iScience, 101235. DOI:https://doi.org/10.1016/j.isci.2020.101235

domingo, 7 de junio de 2020

Rayos durante el impacto K/Pg

El evento de extinción masiva de finales del Cretácico es quizá uno de los que más ha llamado la atención del público general, pues es el fenómeno que puso fin al reinado de los grandes dinosaurios (no avianos). Y desde la década de los ochenta, se ha ido gestando información que refuerza la idea de que un bólido  espacial, en este caso un meteorito, fue el responsable de este fenómeno. A este meteorito, así como al cráter que dejó tras de sí se le denomina como el pueblo de donde se obtuvieron las evidencias: Chicxulub.

Representación artística del impacto. Imagen de Don Davis.

El impacto tuvo lugar hace 66 millones de años y entre las múltiples catástrofes que desató encontramos incendios forestales masivos, que parecen estar vinculados a la extinción de grupos particulares de aves, como las enantiornites.

Representación de los incendios masivos de finales del Cretácico. Arte de Philipp M. Krzeminski.
Post al respecto (más detallado) en este enlace.

Además, se sabe que el impacto produjo megatsunamis y sismos de una intensidad nunca antes vista por el ser humano. Y que esperemos no ver nunca. Pero además, el impacto produjo inicialmente lo que se conoce como "cortina de eyecta" (eyecta blanket en inglés), que es cuando el material expulsado desde dentro del cráter se desplaza hacia afuera del mismo de forma horizontal, arrasando todo en su paso.

Diagrama de cómo se dispersa la cortina de eyecta desde el punto de impacto. Tomado de nuestro video de "Las primeras víctimas del asteroide que mató a los dinosaurios".

Precisamente, un nuevo estudio publicado en la revista científica Nature, presenta un nuevo tipo de material asociado directamente a esta cortina de eyecta: los "Guijarros de Pook" (Pook’s Pebbles en inglés).

Micrografía de uno de los guijarros de Pook. Tomado de Kletetschka et al. (2020).

Al analizarlos, los científicos descubrieron que estaban cargados magnéticamente y que además, estas cargas estaban completamente dispares entre sí. Esto último indicaría que el evento que las cargó cuando eran líquidas aún, tomó lugar durante la expulsión de la cortina de eyecta. Y por si no fuera poco, los científicos descubrieron que este material sufrió deformaciones importantes (recristalización  de la calcita, específicamente) a tan solo 0.2 mm de haberse enterrado, lo que significa que durante su caída experimentaron intenso calor y presión.

Uno de los guijarros de Pook, listo para el análisis. Tomado de Kletetschka et al. (2020).

Esta evidencia se interpreta como una cortina de eyecta que estaba experimentando no sólo una gran presión y temperatura, sino además, intensos rayos que se formaban con la fricción del material expulsado tras el impacto. Esta imagen es digna de una película apocalíptica (o quizá hasta más). Imagina una cortina de material rocoso líquido, súper calentado, a gran presión y que para colmo, trae consigo una red eléctrica de rayos como ningún otro, barriendo con todo a su paso. Una escena de pesadilla.

Photoshop de baja calidad hecho por un servidor. Autor original desconocido.

Esto recuerda al fenómeno de los rayos en medio de las erupciones volcánicas. Ahora sólo imagínalo en cortina y en versión infernal.

Tomado de Barcroft TV.

Estudios como este complementan nuestra visión de un fenómeno que ocurrió poco más de 66 millones de años en el pasado, uno que acabó por modelar el presente al provocar un recambio de fauna y flora como no había ocurrido sino millones de años antes. El evento K/Pg que le dio forma al Cenozoico, la era de los mamíferos.

Fuente:

Kletetschka, G., Uria, A. O., Zila, V., & Elbra, T. (2020). Electric discharge evidence found in a new class of material in the Chicxulub ejecta. Scientific Reports, 10(1), 1-11.